A veces la libertad...

A veces dan ganas de dejar de ser todo lo que no se desea ser para ser nuevamente, y ser un ser de libertad lo más plena que el mundo permite, pero si pudiera, dejaría un poco más con tal de un poco más de libertad. A veces hay que subir la música, darle un giro abrupto, para que el tinnitus se apague, para que la cabeza no pueda ser escuchada, para que todo lo que pase se suba con la distorsión como un humo a una altura que aun presente no nos importe, no pueda tocarnos, no pueda ser de nosotros, sea de otro o de nadie. A veces cuando se sube ese potenciómetro en un amplificador de guitarra nadie puede hablarme, sólo yo puedo emitir palabra y en esa perfecta despotez, sólo soy yo, y puedo ser escuchado. Puedo al fin estar en una soledad moderna, emitiendo mis filosofías diarias transformadas en vibraciones con una voz más grande que el peor de mis gritos. Y sin embargo estoy solo, pero con ellos, que gritan al lado mío sus sueños. A veces, en la soledad del silencio real, esa que no puedo escuchar nunca más, cuando nadie está cerca, suena una quena, suena un silbido, una voz que canta como un tordo perdido, que no quiere ser escuchado, no busca adeptos, ni perpetuidad, ni esto o lo otro, sino que quiere poder expresarse en libertad. A veces esa libertad es no tener que ser ni escuchado, ni explicado, ni retrucado, ni criticado, ni pensado, ni visto. A veces la libertad es otra cosa. Sólo ser.

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